Este texto procede del epílogo de La leyenda de Sophy (Arca Ediciones, 2021)
Rafael Cansinos Assens conoció a Sophy un invierno ¿de 1902 o de 1903?, y su relación se prolongó durante algunos años. Él tenía diecinueve o veinte años y ella andaba por los cincuenta. Sofía Giardin[1] era una malagueña de alcurnia, hija del matrimonio de un francés y una inglesa, con una infancia y juventud felices pero ahora, en el Madrid de 1900, venida a menos y convertida en profesora de inglés, pianista ocasional y cortesana. Vivía en una buhardilla situada en una cuarta planta de la calle Tudescos de Madrid, con un gato blanco que se llamaba Jazmín, al que se sumaban otros muchos gatos de los tejados anexos. Junto al portal había una funeraria, cuyos operarios siempre dejaban alguno de los ataúdes, a la espera de ser utilizado, en el arranque de la escalera. Era una finca dedicada íntegramente a la prostitución. Sophy tenía un pasado de lujo en Londres, donde vivió su infancia, y luego su juventud, casada con un alemán (lord Kirssen, figura en la novela, y creemos que todos los nombres que van apareciendo son reales) con el que tuvo tres hijos, dos niñas y un varón. Abandonó a su marido por malos tratos y terminó, tras una estancia en Málaga, viviendo en Madrid con el hijo, que se crio en el ambiente prostibulario. A lo que parece, era una mujer de una belleza extraordinaria, con pelo blanco —víctima del síndrome de María Antonieta—, y muy peculiar, amante de la castidad y las buenas costumbres, además de católica practicante. Su buhardilla era refugio de bohemios hasta altas horas de la madrugada. El padre de Alejandro Sawa[2], que aparece como personaje en la novela, la conocía de antiguo, al igual que algunos de sus hijos. Manolo Molano, Francisco Villaespesa, Isaac Muñoz, y otros de la pandilla juvenil-modernista, también pasaron por su buhardilla. En La novela de un literato de Cansinos hay un capítulo dedicado a ella. Por lo que ahí se cuenta, nunca estuvo implicada en delitos graves, todo lo más —queremos pensarlo así— en algún ligero asunto de proxenetismo. Me consta por lo escrito en otros textos inéditos, que conocía los calabozos de la policía madrileña de aquellos años, lo cual tampoco es sorprendente dado el frenesí y confusión de las actividades nocturnas de la ciudad, cuyo centro se convertía por las noches, y hasta el amanecer, en un enorme lupanar, regado, sobre todo, de alcohol, con una fauna humana, alegre y verbenera, ajena a los pesares de la dramática España del 98. En ese ambiente, las redadas eran frecuentes.
La leyenda de Sophy fue publicada en junio de 1922 en La Novela Corta y presumiblemente Cansinos Assens la escribió en ese mismo año, tirando de recuerdos y de diarios. Gracias a esta publicación seriada de don José de Urquía, que la venía realizando desde 1916 con el exitoso nombre de La Novela Corta, Cansinos se había convertido en un escritor relativamente popular y cumplía con las exigencias editoriales de esa fama. Solo en esta colección de La Novela Corta, que competía con otras cabeceras, publicó catorce títulos en poco más de cuatro años. Esta popularidad sorprende, porque en estas novelas Cansinos Assens no afloja mucho su afán de una literatura de calidad y altos vuelos, y esta plataforma de narraciones breves y folletinescas tampoco era el espacio adecuado para su literatura. Pero tuvo sus seguidores (como hoy) y le solicitaban originales.
Cansinos, con su clásica prosa envolvente, en el primer párrafo de esta Leyenda mete al lector en la finca donde está la buhardilla de Sophy y ya no le deja salir hasta el punto final de la novela. Él sí sale, sabemos que se va —y no sabemos a dónde—, pero el lector se queda allí dentro, en el reducido espacio de la buhardilla, conociendo poco a poco a Sophy, y a sus gatos, y compartiendo su reducido mundo; todo lo más, el lector sale a asomarse alguna vez al rellano de la escalera, intuir lo que sucede en las otras viviendas por ruidos o puertas entreabiertas, cruzándose con muchachas que suben y bajan, o incluso pasa un rato en uno de los frecuentes jolgorios juveniles de otras viviendas, acompañado de la vieja Sophy que es la que se ocupa de las teclas musicales de la fiesta.
Hay que aclarar que la relación entre el jovencísimo Rafael, que había llegado a Madrid a finales de 1898 de su Sevilla natal, y la malagueña Sophy fue más intensa de lo que el autor nos ha narrado en los textos publicados hasta ahora. Si en La novela de un literato Cansinos sitúa como protagonista del lío Sophy a Manuel Molano, el terrible filósofo nihilista, en esta Leyenda que tiene el lector entre sus manos ya hay un reconocimiento nítido que explica la frase literal de sus memorias “mis relaciones con Sophy” (en un capítulo que no puede tener mejor epígrafe: «Hebefrenia»). También hay que aclarar que la imagen que da el escritor de sí mismo en estos textos conocidos, tanto en estas dos obras, como en Bohemia, de ese joven veinteañero que es él, lleno de ingenuidad y candidez, no es cierta. La delineación que nos facilita Cansinos de su fisonomía y espíritu juvenil es verosímil, ya que un joven de esa edad, mezclado en los mundos turbios de la prostitución y el alcohol con elementos como Molano o Villaespesa (cinco años mayor que él), hubiera debido presentar ese candor. Pero es una imagen falsa, un mero recurso literario, válido para satisfacer a un lector que se supone que es lo espera de ese Cansinos Assens casi adolescente. Cansinos, que se ganó una merecida fama de generoso en su labor crítica, también lo fue con sus seguidores y nunca estuvo en su ánimo inquietarlos, aunque a veces sus textos se deslizan hacia fronteras peligrosas.
Sophy, que ya hemos dicho que era pianista (aunque sorda al final de su vida) y una mujer bastante culta, para lo que dejaban ser a las mujeres del novecientos, durante esos años, además de su profesora de inglés, y de ayudarlo con sus trabajos de traducción, era su amante ocasional, pero, sobre todo, fue su confidente y su amiga íntima. Sophy, que tenía treinta años más que él, lo sabía todo de su vida, mejor que su familia, y conocía muy bien el círculo de sus amistades y de todos los mundos en los que andaba involve, que es un vocablo con más extensión del implicado en español. Además, su buhardilla le servía de refugio en sus anduleos nocturnos, cuando no quería volver a casa, con sus dos hermanas y sus tíos, con los que vivía entonces, bastante amargado. Algo de todo esto deja vislumbrar en La novela de un literato, en Bohemia, y en esta Leyenda, entre otras, aunque es solo una parte de lo que en realidad estaban viviendo personajes como Sophy, o él mismo, al tiempo que comenzaba a construirse la modernidad del siglo XX dentro de una sociedad pacata, católica y plena de prejuicios, y que por desgracia fue a peor según avanzó el siglo XX. A Cansinos no le costará nada convertirse en un adalid de esa modernidad y llevarla al terreno de las ideas y de la literatura, a pesar de lo mucho que lo ningunearon.
Sophy marcó indeleblemente la juventud de Rafael, y su muerte, ¿acaecida hacía 1905 o 1906?, supuso un cambio importante para él, del que deja constancia en el último párrafo de la novela: «en el fondo de mi alma comprendía que había dejado de ser enteramente joven [con 23 o 24 años]. Porque ya tenía también un arca de recuerdos.» Es significativo el hecho de que, desde que conoce a Sophy con diecinueve años, en los entornos del 1900, hasta el año 1926 en que se une a la que será uno de los amores más prolongados de su vida, Josefina Mejías, todas las mujeres que fueron sus novias y parejas, son cortesanas. Y fueron además, como la propia Sophy, y más allá de la pasión amorosa, sus amigas, sus amigas de verdad, amistades auténticas coordinadas por la complicidad. En la contrapartida de la que podemos llamar vida literaria o intelectual, este tipo de comportamiento, tan extraño, provocaba desconcierto, porque ya sabemos que lo normal es irse de putas, y ya está. Sofía, Sophy Giardin, volverá en nuevos textos inéditos, con otras mujeres increíbles. También vamos a reeditar textos que no son accesibles hoy en día y que han sido pasados por alto.
La novela, pese a su brevedad, incide en otros temas, como el religioso, que pone de manifiesto a un Cansinos Assens creyente. Por un lado, la cortesana Sophy, adoradora de la gran custodia de la Catedral católica de Westminster, en la que el jovencísimo Cansinos, hijo también de una profunda católica, afirma creer, y por otro la presencia del judaísmo, que se cuela en la novela como un leitmotiv lleno de sentido en su biografía. Desde el principio, la calle donde vive Sophy le trae reminiscencias de «las de los guetos» o está «perdida como un recuerdo del Oriente»; las prostitutas jóvenes son como «las diosas malignas y lúbricas que en otro tiempo moraban a la entrada de Jerusalén»; la decoración de la boardilla le lleva a ver «bullir las muchedumbres de judíos cautivos en la ciudad de Babilonia, entorno a los profetas que auguran el retorno del éxodo; y a Daniel, ileso entre los leones —como lo está Sophy entre sus años—, y a Nehemías, triste mientras le escancia al rey su vino»; o denota un profundo conocimiento del judaísmo religioso: «cual si fuese esa lágrima que los israelitas dan a Jerusalén por cada alegría»; y, para colmo, Sophy, acostumbrada a escuchar el acento de los judíos de Whitechapel, intuye, durante las clases de inglés, su origen hebreo en su peculiar pronunciación. Introducir este asunto en la novela no es baladí, porque estos años de hebefrenia vinieron marcados para él por la prostitución y el judaísmo, además de por la propia literatura, que ya era el motivo fundamental de su todavía breve vida.
Fue en este tiempo cuando conoció a José Farache, un hombre de negocios gibraltareño que vivía en Madrid. Si Sophy le enseñaba inglés, y sobre todo los caminos del amor y del sexo, José Farache fue su mentor y profesor de judaísmo. Cansinos Assens en estos años andaba indagando sus orígenes raciales. Había llegado de la provincia en 1898, con la cabeza caliente de historias oídas en el patio familiar, y en cuanto localizó la Biblioteca Nacional (otro de sus mundos, junto con el Ateneo) se centró en una investigación de su apellido «Cansino», que es con el que nació, sin la s final, confirmando su abolengo judaico. El archivo de correspondencia del escritor revela la intensidad de esta investigación, que fue más lejos de las fronteras españolas, ya que recibe largas cartas de rabinos (las sinagogas son desde tiempo inmemorial las conservadoras de la memoria familiar judía) que le dan detalles de los «Cansino» repartidos por Europa y el Norte de África. Aunque no existía comunidad en Madrid, de la mano de José Farache se introdujo en el incipiente grupo judío madrileño, compuesto por unas pocas familias que en ocasiones se reunían en oratorios privados. Farache fue importantísimo en su vida y en su interiorización del judaísmo, que le acompañará ya siempre durante su larga vida. (Está contado con detalle en ese apéndice de sus memorias que son Los judíos en Sefarad, que podemos decir que son capítulos directamente sacados de La novela de un literato, y en la novela Las luminarias de Janucá.)
Esta nueva edición de La leyenda de Sophy se ha realizado a partir de la primera edición (La Novela Corta, Madrid, 17 de junio de 1922), pero incorporando añadidos y correcciones del propio autor. En un ejemplar conservado en el Archivo Rafael Cansinos Assens —encuadernado en piel, que reúne todas sus novelas publicadas en La Novela Corta, y que mi padre regaló a mi madre, Rau Galán, con su nombre estampado en el lomo—, el escritor anotó una numeración consecutiva que se corresponde con los párrafos numerados de un mecanoescrito titulado «Párrafos complementarios de la novela titulada “LA LEYENDA DE SOPHY”». Dicho mecanoescrito, también conservado en el ARCA, no tiene fecha. Todos estos añadidos, que suman diez folios prietos, han sido cuidadosamente incorporados a esta edición.
Como en otras ediciones que preparo, además de actualizar la ortografía a las normas de nuestros días, he realizado algunas intervenciones en el texto, como la eliminación de enclíticos, muy pocos, en desuso y errores evidentes. También he depurado la puntuación. Hay que tener en cuenta que La Novela Corta era un desastre como editora y que el precio tan económico con que llegaba al público venía dado por unos costes ajustadísimos y una producción muy veloz (se nota que al autor no le daban galeradas). Hoy se han añadido problemas como el envejecimiento del papel, de pésima calidad, y el deterioro de la tinta que, sumado a las tipografías machacadas, están convirtiendo en ilegibles esas primeras ediciones.
Agradeceré mucho los comentarios, correcciones o sugerencias que nos hagan llegar a través de cansinos.org.
Rafael Manuel Cansinos Galán
febrero, 2021
[1] La información sobre Sofía Giardin que facilito aquí procede de obras publicadas como La novela de un literato y Bohemia, y de otras inéditas, como el cuento “Muere Jazmín” o Memorias de Saron. Sabemos que se llamaba Giardin porque RCA la citá así en su diario de 1943, donde literalmente dice: «D. Federico conoció en Málaga al hermano de Sofia Giardin –la de mi Leyenda de Sophy– que era médico y practicaba el método Kneipp.»
[2] El «Alejandro» que hace cameos en la novela, no está muy claro si es el padre o el hijo, ya que Cansinos mezcla rasgos de las biografías de ambos en el dibujo del personaje. Consultada Amelina Correa Ramón, experta en la época y autora de Alejandro Sawa: Luces de bohemia (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2008), se inclina más por el perfil del «viejo» Alejandro Sabba Gutiérrez, 1830-1905, que se casó con María Rosa Martínez Almorín, con la que tuvo cinco hijos: Manuel y Esperanza, nacidos en Carmona en 1858 y 1860; Alejandro, el futuro escritor, y Miguel, nacidos en Sevilla en 1862 y 1866; y el menor, Enrique, nacido ya en Málaga en 1871, en la misma ciudad donde pasó su adolescencia y primera juventud Sofía Giardin. Todos, menos Esperanza, fueron bohemios. Véase también en La novela de un literato los capítulos «Alejandro Sawa: el gran bohemio» y «Un Señor de Phocas».